Archivo de la categoría: Número 07 (2010) | Modris Eksteins

Prefacio

A medida que nos acercamos a los alrededores de Verdún por la Route Nationale 3, viniendo de Metz, después de haber disfrutado de la serenidad de las colinas y ondulantes prados de la campiña de los Vosgos, y de la disciplinada guardia de honor de robustos robles, quedamos de repente sorprendidos, a algunos kilómetros de la ciudad, por una visión lúgubre. Un borrón en el paisaje. Un cementerio. Apilados al lado de la carretera hay cadáveres destrozados, cuerpos triturados, relucientes esqueletos. Sin embargo, se trata de un cementerio sin cruces, sin lápidas, sin flores. Tiene pocos visitantes. La mayoría de los conductores probablemente ni siquiera reparan en el lugar. Pero es un importante monumento conmemorativo del siglo XX y de nuestras referencias culturales. Muchos dirían que es un símbolo de los valores y fines modernos, de nuestra lucha y de nuestros lamentos, la interpretación contemporánea de la invocación de Goethe, stirb und werde, “muerte y transfiguración”. Es un cementerio de coches.

Si usted llega hasta Verdún, atraviesa la ciudad y después sigue en dirección nordeste por carreteras secundarias, encontrará el camino que conduce a un cementerio mayor. Este sí tiene cruces. Miles. Dispuestas en filas paralelas. Blancas. Todas iguales. Hoy en día pasa más gente por el cementerio de coches que por éste. Hoy más gente se identifica con los coches destrozados que con el horror, ya impersonal, que este cementerio evoca. Es el cementerio conmemorativo de los que murieron durante la batalla de Verdún, en la Primera Guerra Mundial.

Este libro habla de muerte y destrucción. Es un disertación sobre cementerios. Pero, como tal, es también un libro sobre la “transfiguración”. Un libro sobre la aparición, en la primera mitad del siglo XX, de nuestra conciencia moderna, concretamente de nuestra obsesión con la emancipación, y sobre el significado que tuvo la Gran Guerra, como era conocida antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en el desarrollo de esa conciencia. Y aunque pueda parecer, al menos superficialmente, que un cementerio de cioches, con todas sus implicaciones –“Pienso que los coches son hoy el equivalente cultural de las grandes catedrales góticas”, ha escrito Roland Barthes-, tiene mucho mayor significado para la mentalidad contemporánea que un cementerio de la Primera Guerra Mundial, este libro va a intentar demostrar que ambos cementerios están relacionados. Para que surgiese nuestra preocupación por la velocidad, lo nuevo, lo transitorio y la interioridad –por la vida vivida en el carril de velocidad, como se dice coloquialmente-, toda una escala de valores y creencias tuvo que ceder su puesto preeminente. Veremos cómo la Gran Guerra fue el acontecimiento más significativo en ese desarrollo.

El título del libro, tomado de un ballet que es una de las piedras angulares del movimiento moderno, viene sugerido por su tema principal: el movimiento. Uno de los símbolos supremos de nuestro centrífugo y paradójico siglo, en el que la lucha por la libertad nos ha llevado a poseer la capacidad de la destrucción final, es la danza de la muerte, con su ironía orgiástico-nihilista. La consagración de la primavera, que fue representada por primera vez en París en mayo de 1913, un año antes del estallido de la guerra, tal vez sea, con su energía rebelde y su celebración de la vida a través de la muerte sacrificial, una oeuvre emblemática del mundo del siglo XX que, en su búsqueda de la vida, asesinó a millones de sus mejores seres humanos. La intención inicial de Stravinsky era titular la partitura como La víctima.

Lógicamente, si queremos demostrar el significado de la Gran Guerra , tenemos que lidiar con los intereses y las emociones que la envolvieron. Este libro aborda dichos intereses y emociones dentro de los amplios términos de la historia cultural. Este género de historia tiene que ir más allá del estudio de la música, el ballet o las otras artes, más allá de coches y cementerios; debe en el fondo desenterrar hábitos y principios, costumbres y valores, tanto enunciados como presupuestos. Por difícil que sea la tarea, la historia cultural debe, al menos, intentar captar el espíritu de una época.

Ese espíritu hay que buscarlo en el sentido de las prioridades de una sociedad. Ballet, cine y literatura, coches y cruces, pueden aportar importantes evidencias de tales prioridades, pero las encontraremos más abundantemente en la respuesta social a dichos símbolos. Este libro mostrará cómo, en la sociedad moderna, el público de las artes, como el de hobbits y héroes, es una fuente de testimonios de la identidad cultural, más importante para el historiador que los propios documentos literarios, los artefactos artísticos o que los héroes mismos. La historia de la cultura moderna debe ser, por tanto, una historia de respuestas pero también de retos, una descripción tanto del lector como de la novela, de la película pero también del espectador, del público tanto como del actor.

Si esta idea es apropiada al estudio de la cultura moderna, entonces también es pertinente para el estudio de la guerra moderna. Casi toda la historiografía sobre la guerra se ha escrito desde un punto de vista limitado, centrado en estrategia, armas y organización, en generales, tanques y políticos. Se ha puesto relativamente poca atención en la moral y la motivación de los soldados, en una tentativa de valorar, en términos amplios y comparativos, la relación entre guerra y cultura. El soldado desconocido se encuentra en primera fila y en el centro de nuestra historia. El es la víctima de Stravinsky.

Como todas las guerras, la del 14 fue considerada, cuando estalló, una oportunidad no solo de cambio sino también de confirmación. Alemania, cuya unificación databa solo de 1871 y que en el espacio de una generación se había convertido en una potencia militar e industrial, era, en vísperas de la guerra, la representante más avanzada de la innovación y la renovación. Representaba, entre todas las naciones, la encarnación del vitalismo y la brillantez técnica. Para ella la guerra tenía que ser una guerra de liberación (“Befreiungskrieg”) de la hipocresía de las formas y convenciones burguesas, y Gran Bretaña se le aparecía como la principal representante del orden contra el que se rebelaba. Gran Bretaña era de hecho la principal potencia conservadora del mundo fin-de-siècle. Primera nación industrial, agente de la Pax Britannica, símbolo de una ética de la iniciativa y del progreso basada en el Parlamento y en la ley, Gran Bretaña sentía que no solo su primacía en el mundo sino todo su modo de vida estaba amenazado por la avasalladora energía e inestabilidad que Alemania parecía encarnar. La participación británica en la guerra del 14 convirtió lo que iba a ser una lucha por el poder continental en una verdadera guerra de culturas.

Al tiempo que las tensiones se desarrollaban entre las naciones del mundo de principios de siglo, estaban surgiendo conflictos fundamentales prácticamente en todas las áreas de la actividad y del comportamiento humano: en las artes, en la moda, en las costumbres sexuales, entre generaciones, en la política. Todo el motivo de la liberación, que se convirtió en tema central del siglo XX –ya se trate de la emancipación de las mujeres, de los homosexuales, del proletariado, de la juventud, de los deseos, de los pueblos-, aparece a principios de siglo. El término avant-garde se ha aplicado generalmente solo a artistas y escritores que desarrollaron técnicas experimentales en su trabajo e incitaron a la rebelión contra las academias establecidas. La noción de modernism se ha usado para abarcar tanto a esta vanguardia como a los impulsos intelectuales que estaban detrás de la búsqueda de la liberación y del acto de rebelión. Muy pocos críticos se han arriesgado a extender estas nociones de vanguardia y modernidad a los agentes sociales y políticos de la revuelta, y al acto de rebelión en general, con objeto de identificar una amplia ola de emoción y esfuerzo. Es lo que este libro trata de hacer. La cultura es considerada aquí como un fenómeno social, y el movimiento moderno como el principal impulso de nuestra época. Este libro defiende que Alemania fue la nación moderna par excellence del siglo XX.

Como la vanguardia en las artes, Alemania fue barrida por un celo reformista en el fin-de-siècle y, hacia 1914, pasó a representar, tanto para sí misma como para la comunidad internacional, la idea del espíritu en guerra. Después del trauma de la derrota militar de 1918, el radicalismo en Alemania, en vez de atenuarse, se acrecentó. El período de Weimar, de 1918 a 1933, y el Tercer Reich, de 1933 a 1945, fueron estadios de un proceso. “Vanguardia” tiene para nosotros un eco positivo, “tropas de asalto” una connotación terrorífica. Este libro sugiere que tal vez exista entre ambos términos una relación fraterna que vaya más allá de su orígen militar. Introspección, primitivismo, abstracción y construcción de mitos en las artes, como instrosspección, primitivismo, abstracción y construcción de mitos en la política, tal vez sean manifestaciones afines. El kitsch nazi puede tener una relación de sangre con la religión intelectualizada del arte, proclamada por muchos modernos.

El siglo XX fue un período en el que la vida y el arte se mezclaron, y se produjo una estetización de la existencia. La Historia, como uno de los argumentos de este libro intentará demostrar, cedió gran parte de su anterior autoridad a la ficción. En nuestra época posmoderna, sin embargo, debería ser posible y necesaria una solución de compromiso. En busca de ese compromiso nuestro relato histórico toma la forma de un drama, compuesto de actos y escenas, en toda la completa y diversa acepción de estas palabras. En el principio fueron los hechos. Solo más tarde vinieron las consecuencias.

En los campos de Flandes

    La escena era muy dramática, y no creo que vuelva a ser testigo de otra igual en un campo de batalla.

    Un soldado de la B Company, 2nd East Lancashire Regiment, en una carta a casa a finales de 1914

    En un país progresista el cambio es constante; la cuestión no radica en saber si uno debe resistirse al cambio, que es inevitable, sino si el cambio debe hacerse de acuerdo con los hábitos, las costumbres, las leyes y las tradiciones de la gente, o se debe hacer de acuerdo con principios abstractos y doctrinas arbitrarias y generales.

    Benjamin Disraeli

    Todo juego tiene un significado

    J. Huizinga

Un rincón de un país extranjero

Cuando Mrs. Packer de Broadclyst en Devon recibió una carta de su marido en los últimos días de diciembre de 1914, probablemente no quiso creer en principio su contenido. Ella sabía que él estaba en alguna parte del frente -no estaba segura de dónde porque el censor militar prohibía este tipo de detalles en las cartas- y no tenía ninguna duda de que se estaba batiendo valientemente por el Rey y la nación. Tenía la esperanza de que al emnso el día de Navidad lo hubiera podido pasar en billets en vez de en la línea del frente, pero cuando empezó a leer la carta entendió inmediatamente que sus deseos no se habían cumplido.

Lo cierto es que su marido había pasado la Navidad en el frente -como miembro de Una Compañía, IST Batallón, Devonshire Regiment-, estacionado cerca de Wulverghem, al sur de Ypres, en Flandes. Pero se había pasado la mayor parte del día fuera de la línea de fuego. Había sido una Navidad increíble! En lugar de combatir con los alemanes, el cabo Packer, junto con otros cientos de compañeros de regimiento, brigada y división, de aquel sector, y junto con otros miles de soldados a lo largo de todo el frente británico en flandes, se habían aventurado a entrar en la tierra de nadie que separaba las trincheras para encontrase y congraternizar con el enemigo. Los alemanes habían hecho acto de presencia en igual número.

Packer contaba, en su relato de esos días sorprendentes, cómo había recibido toda una lluvia de regalos a cambio de un poco de tabaco: chocolate, bizcochos, puros, cigarrillos, un par de guantes, un reloj de cadena, incluso una brocha de afeitar. Un botín extraordinario! La proporción entre lo dado y lo recibido habría hecho enrojecer a un niño, pero Packer estaba exultante con la experiencia, lo mismo que sus compatriotas. «Ya ves», le contaba a su jujer quitándole importancia al hecho, «he tenido un buen regalo de Navidad y me he podido pasear durante algunas horas con total seguridad». Mrs. Packer estaba tan sorprendida con la carta que la mandó de inmediato al periódico local, el Western Times de Exeter, que la publicó el día de Año Nuevo (1).

El fusilero G. A. Farmer, cuyo 2nd Queen´s Westminster Rifles ocupaba una posición más avanzada en el frente aquel día de Navidad, incluyó en su carta a casa un comentario todavía más exaltado y elocuente: «Fue uno de los momentos navideños más maravillosos que he vivido nunca». Su familia se debió quedar estupefacta. Al fin y al cabo, estaban en una guerra. Farmer continuaba:

Los hombres de ambos bandos estaban imbuídos del verdadero espíritu de la época del año, y de común acuerdo cesaron el fuego y adoptaron un punto de vista diferente y más brillante de la vida, de modo que lo pasamos con la misma tranquilidad que vosotros en la buena y vieja Inglaterra. (2)

Para la imaginativa y extremadamente literaria mente de Edward Hulse del 2nd Scots Guards, que estaba en una posición más al sur en relación con Farmer, los acontecimientos en su sector fueron «absolutamente increíbles, y si los hubiera visto en una película cinematográfica hubiera jurado que eran mentira!» (3). Gustav Riebensahm, que estaba al mando de un regimiento de Westfalia, situado enfrente de donde estaban algunos de los Scots Guards de Hulse, tuvo las mismas impresiones. Luchando en contra de un impulso que lo llevaba a no creer en lo que había visto con sus propios ojos, anota en su diario el día de Navidad: «Era necesario mirar una y otra vez a lo que estaba pasando, ya que todo iba en contra de lo que había ocurrido antes» (4). Expresiones de fascinación, espanto y excitación se encuentran en casi todos los relatos que cuentan esta fraternización navideña.

«Nunca olvidaré lo que he visto en todos los días de mi vida», escribió Josef Wenzl del 16th Reserve Infantry Regiment.

«El día de Navidad quedará grabado en el recuerdo de muchos soldados británicos que estaban en las trincheras como uno de los momentos más extraordinarios de sus vidas», insistía un oficial de los Gordon Highlanders (6).

«Estos días se han convertido en los más extraordianrios de todo el tiempo que llevamos aquí, si no de toda mi vida», reflexionaba el soldado Oswald Tilley de la London Rifle Brigade (7).

La tregua de Navidad de 1914, con sus historias de camaradería y calor humano entre enemigos supuestamente a muerte en una tierra de nadie llena de agujeros de cráteres, en ese trozo de tierra que quedaba entre las dos líneas de trincheras opuestas cuyo mismo nombre parecía prohibir que tuviera lugar semejante intercambio, es uno de los capítulos destacables de la historia de la Primera Guerra Mundial, de todas las guerras, de hecho. Aunque la confraternización tuvo mayor incidencia a lo largo del frente germano-británico, lo cierto es que se dieron numerosas situaciones semejantes entre franceses y alemanes, rusos y alemanes, y austríacos y rusos. La tregua de Navidad de 1914 revela mucho de los valores y prioridades sociales que tenían los ejércitos enemigos y, por extensión, las naciones a las que representaban. El hecho de que esta masiva confraternización no se repitiera durante el resto del conflicto sugiere, además, que no fueron los «cañones de agosto» los que despedazaron el viejo mundo, sino los acontecimientos subsiguientes. El «garden party» eduardiano no termina de golpe el 4 de agosto de 1914, como se ha dicho (8). W. A. Quinton, del 1st Bedfordshires, escribe una década después de terminado el conflicto:

Los hombres que se nos iban incorporando se inclinaban por no creernos cuando les contábamos cosas sobre el acontecimiento, algo que no debe extrañar, porque, a medida que los meses pasaban, se nos hacía difícil creerlo incluso a nosotros mismos, los que de hecho estuvimos allí, a pesar de que conserbábamos con nitidez en la memoria el más mínimo de los detalles.

R. G. Garrod, del 20st Hussars, fue uno de los que se negó obstinadamente a admitir que la confraternización hubeira tenido lugar. En sus memorias escribió que no había conocido a ningún soldado que hubiera salido de las trincheras para confraternizar con el enemigo en la tierra de nadie el día de Navidad de 1914. Su conclusión era que la tregua de Navidad no había sido más que un mito (10), como el de los ángeles que supuestamente habrían ayudado a las tropas británicas en su retirada de Mons en agosto de 1914.

En realidad, tanto la incredulidad de Garrot como las expresiones de sorpresa ante la tregua están relacionadas. Para muchos, la tregua, especialmente debido a sus dimensiones, fue una sorpresa. No porque una tregua en plena guerra fuera algo inusual -al contrario, eran normales- sino porque la lucha había sido enormemente dura e intensa en los cinco primeros meses de guerra, y había causado una tasa muy alta de bajas. Además, desde el principio la propaganda jugó un papel muy importante en la guerra, y la campaña anglo-francesa para retratar a los alemanes como bárbaros más allá de cualquier límite, incapaces de cualquier común emoción humana como la compasión o la amistad, ya había surtido efecto antes de Navidad. Igualmente, los intentos de varias instancias, entre las que estaban el Vaticano y el Senado de los EEUU, para hacer de intermediarios y acordar un alto el fuego en las fechas navideñas, habían sido rechazados por los beligerantes. De modo que la mayoría de los combatientes que habían sobrevivido a los primeros cinco sombríos meses, y, lo más importante, los que se habían incorporado al frente recientemente -que eran mayoría-, imbuídos ya con ciertas ideas sobre el enemigo, tenían buenas razones para pensar que no se trataba de una guerra convencional y que el mundo estaba de hecho en un proceso de transformación mediante el conflicto. Pero lo que la tregua reveló, debido a su naturaleza espontánea y no oficial, fue que ciertas actitudes y valores no se habían perdido del todo. A pesar de la matanza de los primeros meses, fueron los acontecimientos bélicos subsiguientes los que empezaron a alterar profundamente dichos valores, condensando y difundiendo en Occidente la tendencia al narcisismo y a la fantasía, que caracterizaban a la vanguardia y a amplios segmentos de la población alemana antes de la guerra.

Dosier Modris Eksteins

Modris Eksteins (Lituania, 1943):

Modris Eksteins: La consagración de la primavera

La consagración de la primavera
La Gran Guerra y el nacimiento de la edad moderna

Modris Eksteins

Traducción de Emilio Quintana

INDICE

Prefacio
Prólogo: Venecia

ACTO PRIMERO
1. París
2. Berlín
3. En los campos de Flandes
Un rincón en un país extranjero
Cañones de agosto
Paz en la tierra
El por qué
Síntesis victoriana
Hay ahí miel para el té?

ACTO SEGUNDO
4. Ritos de guerra
5. La razón en la locura
6. Danza sagrada
7. Viaje interior

ACTO TERCERO
8. Bailarín nocturno
9. Memoria
10. Primavera sin fin

Agradecimientos
Notas
Fuentes seleccionadas
Indice