La Gran Guerra en la Revista Ibero-Americana «Cervantes» (Madrid, 1916-1920)

Emilio Quintana Pareja
Estocolmo, Suecia
[elaboración en marcha]

Este ambicioso estudio irá elaborándose a lo largo de 2016.

La revista Cervantes (1916­-1920) ocupa un lugar de privilegio en la encrucijada entre modernismo y vanguardia. La crítica ha privilegiado el estudio de su «etapa ultraísta», que comienza con la publicación del famoso «manifiesto de la juventud literaria» en el número de enero de 1919 1, por ejemplo, se mantuvo plenamente la «sección americana» dirigida por el ecuatoriano César E. Arroyo. Y había también secciones de pintura, política o teatro, entre otras.].  

Si nos fijamos, por ejemplo, en la rúbrica de «Poetas hispanoamericanos» del número de agosto de 1920 nos encontramos con que los nombres de Gabriela Mistral, Jorge Barreto Roldán o Arturo Borja [poeta del modernismo ecuatoriano], que alternan con poemas «ultraístas» de los hermanos Rello, César A. Comet o Juan Las (seudónimo de Rafael Cansinos Asséns). Incluso nos topamos con un excepcional poema titulado «Paisaje», obra del chileno Arturo Torres Rioseco, canto sentimental a la naturaleza que dedica con ironía y retranca a su compatriota Vicente Huidobro. Este era el resultado de la dirección bicéfala de la revista en su etapa final.

Hay que incidir, por tanto, en la complejidad de la revista Cervantes (1916­-1920), en lo cambiante de su trayectoria, marcada por la personalidad de sus sucesivos directores y en la heterogeneidad de cada una de sus etapas, e incluso de cada número. El caso excepcional de César E. Arroyo, que es el único del grupo fundador que permaneció hasta el último número, de diciembre de 1920, es un hecho relevante, pero excepcional. En definitiva, no hay una revista Cervantes, sino varias.

Hemos estudiado con lupa los 47 números de la revista 2, con el ánimo de conocerla a fondo 3, se desarrolla la vida de Cervantes en su segunda época. Pues la primera, de 1917 a 1919, bajo la dirección de Villaespesa y Vargas Vila, es curioso observar que también posee un carácter totalmente antípoda al que luego, bajo la dirección de Cansinos­ Asséns, desde enero de 1919 a fin de 1920 hubo de adquirir». Ni la revista en 1917, ni Vargas Vila la dirigió nunca.]

No conozco ninguna colección completa de la revista, excepto la mía personal. Hay ejemplares en la Biblioteca de Cataluña, la Biblioteca Nacional de Madrid, la Biblioteca de la Casa de Juan Ramón Jiménez en Moguer, en la de la revista «Razón y fe» (Madrid). El librero y editor Abelardo Linares tiene dos números [julio y diciembre de 1918] que no se hallan en ninguna de dichas bibliotecas.

1. La Gran Guerra en la revista Cervantes (1916-1920)

No pasaron desapercibidas las convulsiones de la Gran Guerra en Cervantes [textos de Georges Bernard Shaw, Javier Bueno, Edmundo Gonza?lez Blanco…]. Llama especialmente la atención la dimensio?n poe?tica de este intere?s [Emilio Carrere, Enrique de Mesa, Napoleón Azevedo, Alfonso Teja Zabre…], de signo marcadamente panlatino (aliadófilo, en cuanto favorable a Francia). Si bien no faltan colaboraciones que defienden la neutralidad, como veremos.

2. Revista Mensual Ibero-Americana (agosto 1916-septiembre 1917)

En esta primera etapa se editan los primeros 14 nu?meros. Sus primeros directores fueron tres: el español Francisco Villaespesa, el mexicano Luis G. Urbina y el argentino Jose? Ingenieros. La administración la llevaba José María Yagu?es desde su propio domicilio, sede de la editorial Mundo Latino (calle Barbieri, número 1 duplicado). El apartado postal era el 502 y el teléfono el 4326. Un número suelto costaba 2,50 pesetas. La suscripción a España y Portugal era de 6 pesetas el trimestre, 12 el semestre y 20 el año (ahorro anual significativo: 10 pesetas). Al extranjero eran 10, 20 y 30 pesetas respectivamente.

Cervantes se empezó a imprimir en el Establecimiento tipográfico de M. García y Galo Sáez (calle Mesón de Paños, 8. Madrid). Estos impresores, que trabajaban para Mundo Latino, se anunciaban como especialistas «en obras, revistas, folletos, periódicos, publicaciones y toda clase de trabajos comerciales». Imprimieron la revista desde el número 1 (agosto 1916) al número 11 (junio 1917). A partir de julio de 1917, la revista pasó a imprimirse en los talleres que José Yagües Sanz había heredado de su padre, en la calle del Nuncio, 8, siempre en Madrid.

Autores, de la A a la Z

En el nr. de noviembre de 1918 (22, 8), el diputado a Cortes por La Bisbal Salvador Albert (Palamós, Gerona, 2.12.1868) publica el texto «Contemplación y acción», que fecha en «San Feliú de Guixols (Gerona); Octubre, 1918». Albert era considerado uno de los poetas líricos más personales dentro del movimiento literario catalanista 4. Fue elegido Diputado a Cortes repetidamente en el período 1910-1923, por el distrito de La Bisbal, como miembro de la minoría republicana. Escribió libros sobre Ibsen y Amiel, en los que dio rienda suelta a sus especulaciones espirituales.

Este texto recoge algunas consideraciones filosóficas que anota al hilo de la Gran Guerra, que por entonces estaba terminando. Partiendo de que «la contemplación que tiende al éxtasis es inerte y socialmente ineficaz» y la acción, «limitada al mero movimiento, es asimismo socialmente estéril», el autor, con el apoyo de diversas autoridades (Carlyle, Taine, Eucken, Maeterlinck, Emerson…), opta por «concebir al hombre con poder bastante para elevarse, en atrevido vuelo, por encima de los dominios de la civilización» y entrar en su propia interioridad:

Así en la actualidad, por encima del torbellino infernal que envuelve al mundo, producido, en apariencia, sólo por el gigantesco choque de fuerzas ciegas, elévase la conciencia humana y concentrándose a la par en proporción de la expansión de esas fuerzas, aspirando a descubrir la verdad alta y fecunda de la hora presente..

El caso de Gabriel(e) d´Annunzio (Pescara, 12.03.1863/Gardone, 01.03.1938) es mucho más complejo, ya que se trata del autor que Villaespesa utiliza para representar a la poesía italiana en la primera época de la revista. La obra de Gabriele d´Annunzio recibe un claro trato de favor en la primera etapa de la revista Cervantes, dirigida directamente por Francisco Villaespesa, admirador sin límites del poeta italiano al que nunca perdió la pista. En una entrevista que concede a El Dictamen de Veracruz (junio 1917) leemos:

Es ridículo que continuemos cantando para nosotros mismos. D´Annunzio, el poeta más grande que ha producido la raza, no ha tenido inconveniente en bajar al seno anónimo de las multitudes. Estimo que el poeta de hoy debe mezclarse a la política y a todos los problemas sociales en que nos encontramos envueltos.

De hecho, el viejo d´Annunzio estaba conociendo una renovada popularidad a raíz de su intervención en la política italiana y debido a sus hazañas y aventuras durante la Gran Guerra. Su vuelta a Italia en la primavera de 1915 contribuyó al clima de opinión favorable al abandono de la neutralidad que tuvo su culminación en la declaración de guerra que Italia hizo a los imperios centrales el 23 de mayo de 1915. En «La evolución de Gabriel D´Annunzio por Gonzalo Zaldumbide» (6, enero 1917), el ecuatoriano César E. Arroyo elogia entusiastamente el libro de su compatriota y se hace eco de la nueva dimensión d´annunziana:  

Tal es, en síntesis, el libro que sobre el proceso evolutivo del inmenso espíritu «del hombre de la Italia Nueva, de su poeta, su héroe epónimo acaso, del que marcará la nueva época igual que el padre Dante la suya» aparece en Madrid, prestigiado por circunstancia tan única como la de ser el bardo de la Laus Vita, actor en la apocalíptica tragedia universal de hoy, a la que arrastró a su pueblo con el poder taumatúrgico de su verbo, con la fascinación irresistible de su numen, el solo capaz de cantar la epopeya de la edad presente.

D´Annunzio luchó en varios frentes y había perdido un ojo en enero de 1916 a consecuencia de un percance aéreo. Ernesto López Parra dice en su poema ultraísta: «Los nuevos aeroplanos» (29, junio 1919):

«El aeroplano gigante
quiere rizar el rizo…
Wilson le puso catorce motores
para que esté seguro sobre el aire.
Pero en Italia, a D´Anuncio [sic]
se le ha escapado un ripio patriótico
y en Francia, los tigres se han vuelto gatos».

Uno de esos «ripios patrióticos« fue su «Arenga a los dálmatas», que fue contestada por los serbios. Héctor, en la sección ­«A través de las revistas» (28, mayo 1919­) anota que se ha publicado en el nr. 4 de la la revista madrileña Cosmópolis (abril 1919) «La contestación del gran poeta servio (sic) Juan Douchtich a la resonante «Arenga a los dálmatas», que pronunció d´Annunzio».

Se puede decir que, gracias a su actuación en la Gran Guerra, la popularidad de d´Annunzio entre 1916­-1917 en España se eleva notablemente 5.  

El poeta venezolano radicado en Manhattan Napoleón Azebedo (escrito también «Azevedo»; Victoria, Venezuela, 6.11.1893). De sus dos colaboraciones poéticas en la revista Cervantes, la primera es un soneto en endecasílabos y rima consonante que utiliza motivos modernistas con el fin de exaltar la lucha de Francia en la Gran Guerra. Para ello, Azevedo usa referencias napoleónicas, mitológicas, y referentes a la Antigüedad romana, ­identificando a los alemanes con los bárbaros­:

   «Sé aquella tigre que en Moscou rugía,
   y muestra el alma luminosa y terca,
   que Lodi y Austerlitz están muy cerca,
   y Waterloo está lejos todavía!…».

En «El nuevo sermón de la Montaña», dedicado «Para Amado Nervo», (en «Los cantos de la guerra». 11, junio 1917, 127­-130) encontramos 37 pareados alejandrinos y un total de 74 versos. Viene introducido por las siguientes palabras: «Cristo, en los ojos y en el rostro la tristeza profunda, la melancolía indefinible de las almas vencidas y calumniadas, surge del horror de un monte balkánico, donde aún vense humear granadas rotas y óyense alaridos de carnes destrozadas y, con la voz llena de llanto, a los soldados que escaparon al último encuentro, les dice este nuevo Sermón de laMontaña». A pesar de algunas referencias a «aeroplanos» es un poema netamente posmodernista en el que se manifiesta cierta esperanza de que tras la purificación de la guerra se ha de abrir una nueva época de esperanza para la humanidad:

   «Os digo en verdad, hombres: del polvo de estas ruinas
   levantarán su vuelo las dianas matutinas
   del Porvenir, que llega con un libro en las manos
   a revivir el triunfo de mis suñeos lejanos,…».

Como buen poema profrancés, no falta la alusión al Káiser «Guillermo Atila».

La revista Cervantes mantuvo una sección de análisis político que, durante buena parte de 1918, estuvo a cargo de Joaquín Aznar (Madrid, 10­.02.1884). Aznar Delgado era periodista, dirigió varios periódicos, colaboró en la revista España, y es abuelo del político actual José María Aznar. Cansinos Asséns, en sus memorias, lo califica de «menudo, modestito, sonriente» (1995, 50­-51): «La Libertad cambia de director. Luis de Oteyza deja el cargo y lo sustituye Joaquín Aznar, que hasta aquí había dirigido La Mañana, el órgano de Silvela. Joaquín Aznar es un antiguo amigo mío, de los tiempos en que con su colaborador Eduardo Haro estrenaba unas revistas absurdas en la barraca del Noviciado».

Aznar entra en Cervantes en el primer número de la segunda etapa de la revista (abril 1918) para ocuparse de la nueva sección de «Política española», que mantuvo su regularidad hasta noviembre de 1918. En diciembre no se publica la crónica, de modo que cuando Aznar vuelva a colaborar entre enero y mayo de 1919 lo hará como miembro del Comité de Redacción ­sección «Política»­, cargo en el que se mantendrá hasta la reestructuración de abril del 19. «Política española», por consiguiente, está ligada a la etapa de González­-Blanco, por lo que hemos de suponer una relación personal entre el director (que, en una nota que se publica en la crónica de noviembre, lo califica de «nuestro distinguido y sagaz colaborador político») y cronista. La colaboración a partir de enero de 1919 se vería facilitada por su buena relación con Cansinos, al que hará crítico literario de La Libertad en 1925.

Aznar señala que sus propósitos con las crónicas que viene publicando son modestos (noviembre 1918): «Ni historiadores, ni críticos; sólo cronistas, y cronistas ligeros, con alas en la pluma para marchar veloces..». En efecto, el tono de sus crónicas tendrá siempre algo de ligero y desenfadado, de glosa escéptica de la realidad política del país. Por lo demás, la vida política española de la época, con sus vaivenes e intrigas, se prestaba a este tipo de acercamiento, una vez superada la grave crisis del verano de 1917 (abril 1918): «A los días de zozobras, de incertidumbres, de hondas preocupaciones, de acongojadores pesimismos, siguieron los días optimistas en los que la esperanza puso su luz consoladora en amplios horizontes».

La crónica de agosto (agosto 1917, 106­-110) la dedica a defender la neutralidad española en la Gran Guerra y a denunciar a aquellos que se han aprovechando de la situación, ya en sus últimos meses. Esta posición resume su postura:

La paz que disfruta España en medio de los horrores de la guerra, ha servido y sirve para que muchos políticos mediocres adquieran preponderancia […] para que unos cuantos españoles se enriquezcan a costa del hambre y de la inmensa mayoría del país; y ha servido y sirve para que aumenten las cuentas corrientes en los bancos, mientras la nación está en ruinas.

Antonio Ballesteros de Martos fue el crítico de arte de la revista. Muy cercano a las ideas de Camille Mauclair, dedicó algunos párrafos a comentar exposiciones de artistas que la Gran Guerra había traído a España desde París. En el número de junio 1918 se habla de un par de exposiciones de artistas hispanoamericanos a los que la Gran Guerra «ahuyentó de Francia y los ha traído a España»: «En los salones del Círculo de Bellas Artes han expuesto, durante la segunda quincena de marzo, dos artistas americanos dignos de cuidadosa atención: Roberto Montenegro y Carlos Alberto Castellanos». Al primero lo destaca como dibujante ­es un «virtuoso de la línea».

Del mexicano Roberto Montenegro (Guadalajara, 1886­ / Pátzcuaro, 1968) 6 hablará también al año siguiente en «Artes plásticas. Roberto Montenegro o los errores de la originalidad» (octubre 1919). En principio, Ballesteros advierte sobre el giro moderno a la hora de París que ha tomado su obra, y lamenta que los artistas hispanoamericanos no busquen un arte propio de su tierra sino que se dediquen a imitar las extravagancias francesas:

Entendemos nosotros que ha llegado la hora de que los hispanoamericanos se preocupen de hacer un arte nacional y abandonen ese prurito de seguir las novedades europeas, especialmente las que florecen en la capital de Francia, centro productor, o expositor, por lo menos, de casi todas ellas.

En el nr. de mayo 1918 reseña una importante exposición de pintores polacos (los matrimonios Jahl y Pankiewicz y W. Zawadowski), que también se habían refugiado en Madrid debido a la guerra:

En el patio del Ministerio de Estado, donde suelen exhibirse las obras que envían los pensionados de Roma, cinco pintores polacos instalaron durante la primera quincena del pasado abril una exposición que, por lo menos, tuvo la virtud de remover las mansas corrientes de la actualidad artística madrileña. Fue una novedad, ya un poco vieja, para los que, desde hace algún tiempo, seguimos con interés el desenvolvimiento mundial de las artes, que originó, como todas las novedades, apasionadas disputas, feroces diatribas y desmedidos elogios.

Ballesteros reconoce haber sido uno de los que atacó a los polacos más ferozmente y declara: «Impugnamos con todo ardor la Exposición de los pintores polacos». Para el crítico valenciano, los polacos «destruyen, pero no crean» y hacen de la pintura «un arduo problema filosófico» carente de espíritu humano». Su posición está muy relacionada con lo que se ha llamado posmodernismo poético y con una concepción del arte como creación idealista del corazón humano. Así que concluye: «[hay que decir a estos señores] que nos dejen el arte a los infelices que aún queremos soñar y sentir a pesar de todo, sin que nos lo impida un mazorral teorético, impenetrable como una peña».  

En las notas bibliográficas se manifiesta en contra del nacionalismo catalán que había crecido al calor del despertar de los pueblos europeos durante la Gran Guerra. Al comentar un libro de Rovira y Virgili manifiesta su desprecio por «ese nacionalismo catalán que sólo existe en las mentes acaloradas de unos cuantos enfermos de delirio de grandeza», y desestima la pretensión del autor de equiparar el nacionalismo catalán con el polaco o el finlandés, de palpitante actualidad al final de la guerra. Ballesteros de Martos está especialmente desafortunado cuando dice que esas «parodias de nacionalismo» nunca serán respaldadas por «unos cuantos mozalbetes exaltados».

El venezolano Rufino Blanco­-Fombona (Caracas, 1874/Buenos Aires, 1944) publica en el primer número de la revista (agosto 1916, 130-143) cuatro «notículas» sobre la guerra: «Pornichet», «Una carta de Répide», «Guerande», y «Tours». Fombona se había instalado en el barrio de Argüelles, a raíz del desencadenamiento de las hostilidades: «Desde 1914, en que la guerra lo arrojó de París, habita en España, donde ha encontrado la verdadera patria de su espíritu y donde ha dicho más de una vez se siente de veras feliz» 7. La llegada del «amigo de Rubén» fue todo un acontecimiento en la vida cultural madrilena, y, si consideramos las actividades que emprendió en la capital, podemos decir que no defraudó.   

Las notículas son cuatro anotaciones de dietario escritas en la Bretaña de Francia antes del estallido de la guerra, y que pertenecen a su libro La lámpara de Aladino. Notículas [Madrid, Renacimiento, 1915]. Con todo, tiene cierto interés que las recuperara en agosto de 1916, a pesar de que seguramente Villaespesa lo que quería era rellenar páginas. Como dice en una «Nota de 1916» a pie de página escrita ex profeso:

Estas y las páginas que siguen fueron escritas antes de la guerra. Me complace ahora el que los inmensos tesoros de energía que está derrochando Francia, prueben cómo, en efecto, Francia, a pesar de las apariencias «poseía una gran reserva de energías y de virtudes». Ojalá al salir del drama, purificada por el dolor, y debiendo una impagable deuda de apoyo moral y simpatías a la mayor parte del mundo, no vuelva a odiarse al extranjero, por sólo ser extranjero, en la hermosa tierra de Francia».

El periodista socialista Javier Bueno colabora en el marco de la sección «Crónicas de la Guerra» (nr. 14, septiembre 1917, 66-71). «Con el ejército austriaco en campaña. La lucha en el Carso» es una crónica periodística escrita sobre el terreno acerca de la campaña de la meseta del Carso, en la que se enfrentaron tropas italianas y austrohúngaras. El estilo de Bueno es seco, rápido, periodístico, pero a la vez lleno de datos concretos, como al reseñar los tipos de armas que se emplean. La sección «Crónicas de la guerra» de este número -el último de la primera época de la revista- se completa con un artículo de Joaquín Dicenta (hijo), «Males necesarios» (71­-76), del que más tarde hablaremos.

………………Cansinos

Destaca la frecuente aparición de poemas de Vicente Huidobro, que había tenido una gran influencia en la poesía española gracias a su estancia en Madrid entre julio y noviembre de 1918. En este corto período de tiempo publica 4 «plaquettes» poéticas. Dos en francés: Hallali y Tour Eiffel, y dos en español: Ecuatorial y Poemas árticos. Los cuatro evangelios de la nueva poesía. De París traía además ejemplares de Horizon carré, que tuvo una gran influencia, y que republica en España.

NOTAS

  1. No sorprende leer afirmaciones como ésta de Abelardo Linares (1983, 24): «En 1919, Cansinos toma la dirección de la revista Cervantes, que se convierte en un baluarte del Ultraísmo», que, siendo ciertas, no toman en consideración que la revista fue mucho más que eso, y pasó por varias fases. Durante la «etapa ultraísta» [1919­-1920
  2. Los números fueron siempre mensuales. Tuvo dos etapas separadas por un intervalo en que dejó de editarse [de octubre de 1917 a marzo de 1918. El desconocimiento de ste intervalo, unido a la inexistencia de colecciones completas de la revista, pueden estar detrás de errores como el de Juan Manuel Bonet en su Diccionario de las vanguardias en España (1907­-1936) (1995, 155): «Salieron 53 números.
  3. Errores incomprensibles como los de Guillermo de Torre (1925, 53) han hecho demasiada fortuna: «Paralelamente [a Grecia
  4. Su libro de poemas Florida de tardor (Gerona, 1918) aparece en la lista de «libros recibidos» por la revista que se incluye en la sección de «Bibliografía» (julio 1918)
  5. En 1916 se representó en Madrid su obra Figlia de Iorio (1904), en traducción de Felipe Sassone (sobre las traducciones del teatro de d´Annunzio, cf. Baeza). En una anotación de c. 1916 de las memorias de Cansinos cuenta que ha visto a Mimi Aguglia en Figlia di Jorio, de d´Annunzio (1985, 161): «Por mi don de lenguas, siempre que nos visita alguna compañía de teatro extranjera me envían a mí a los estrenos…». Por cierto, que parece que Mimí Aguglia se quedó en España y montó una compañía teatral. Ella fue la que repuso, por ejemplo, La cabeza del Bautista de Valle­-Inclán en 1926 en el teatro de La Latina, un teatro de público popular. Aguglia era por entonces «conocida por una personalidad dramática que prestaba fuerza trágica al montaje» (Vilches, 1992, 79). Para la recepción del teatro del autor italiano en España remito a la tesis de María del Pilar Bermudo del Pino titulada El teatro de d´Annunzio en España (Universidad de Madrid, 1962). Bermudo del Pino pasa revista a las principales representaciones del teatro de d´Annunzio en nuestro país. También repasa la repercusión del teatro d´annunziano en la crítica española, destacando las opiniones de Andrés González­Blanco y Gonzalo Zaldumbide. Enumera igualmente las traducciones de sus obras dramáticas y hace un análisis de las más representativas. Finalmente, la autora destaca la clara relación entre La figlia di Iorio y el teatro de Valle­Inclán y García Lorca. Es también interesante el folleto de F. Fernández Murga, Gabriele d´Annunzio e il mondo di lingua spagnola (Roma, Centro di vita italiana,1963).
  6. Bonet (1995, 424­-425) ha escrito de él: «Pintor. Primo hermano de Amado Nervo, del que ilustró algún libro, se formó en el clima modernista. Estudió en su ciudad natal y, con la intención de convertirse en arquitecto, en la Academia de San Carlos de la capital del país, donde fue condiscípulo de Rivera, Ángel Zárraga y Francisco Goitia, entre otros. Uno de sus maestros fue el ilustrador simbolista Julio Ruelas, que dejó una honda huella sobre su obra, al igual que Aubrey Beardsley. En 1905 obtuvo una beca que le permitió instalarse en Madrid, donde se inició en las técnicas del grabado calcográfico con Ricardo Baroja. En 1908 se instaló en París, donde estidió en la Académie des Beaux Arts, en la Grande Chaumière y en la Académie Colarossi, y conoció a los cubistas. Su obra más conocida de ese período es un álbum de ilustraciones sobre los Ballets Russes, con prólogo de Henri de Régnier, publicado en París en 1910. Entre 1914 y 1919 vivió en Pollensa (Mallorca), donde frecuentó a Anglada Camarasa. En 1915 pintó un retrato de Alexandre Jocovlef. En 1916 expuso en el Veloz Sport Balear de Palma. En 1917, año en que ilustró, siempre en clave simbolista, una edición barcelonesa de La lámpara de Aladino, celebró una individual en el Salón Árabe de la Veda, también en Palma. Durante el último año de su estancia pintó los murales del Círculo Mallorquín. En España fue donde, como puede observarse en algún aguafuerte de tema mexicano, reproducido por Manuel Abril en su libro Aquafortistas españoles,  se inició su evolución, en un principio todavía tímida, hacia planteamientos más modernos. En 1920 regresó a México, donde se incorporó a la aventura del muralismo, hizo incursiones en lo surreal,colaboró con el doctor Atl ­que también había estudiado en Madrid­ en la promoción del arte popular y desarrolló una importante labor como escenógrafo, todo ello sin perder nunca un cierto aire fin de siècle. Sus memorias Planos en el tiempo (1960), contienen algunas referencias a sus dos estancias españolas».
  7. Carmona Nenclares, 1928, 60